(El juego de las decapitaciones de Yornel J. Martínez)
Por Jamila M. Ríos
¿Si yo quiero escribir una cosa,
con qué mano la escribo?
La mano es imprescindible.
Legna Rodríguez Iglesias
Diseminándose, infiltrándose, descoyuntándose, encrespándose, desliéndose… la tinta como tentáculo que repta sobre la página. Y con ellos, el yo, la letra, el deseo, la cordura, el azar. Mi mano derecha no sabe lo que escribe mi mano izquierda, exposición personal de Yornel J. Martínez (Manzanillo, 1981), se afirma sobre una voluntad de cortocircuito y desautomatización.1 Rebeldía infligida sobre las maquinales conexiones que sostenemos (a través del ojo de la aguja de nuestros cuerpos callosos) entre hemisferio y hemisferio, entre mano y cerebro, entre significado y significante, el título abarca siete obras y con él su autor parece retrotraerse ya a la época en que aprendió caligrafía como zurdo (mientras abría con el dorso una guardarraya en el grafito fresco); o ya al tiempo en que las tipógrafas decimonónicas aporreaban con las arañas de los dedos aquellas primeras máquinas de escribir invisible, que escamoteaban la línea en curso. Pero la frase incita sobre todo ─como devela el propio autor─ a leer con dislexia, a propiciar un extrañamiento e iluminar un misterio: el de la mano que contornea las sinuosidades de la otra, sin poder contener los espacios en blanco del vacío interdigital, que son también el reino de la mano que ase (pulpo que abraza y abarca).
La intención de homenajear a un poeta y crítico francés que suele considerarse la clarinada de la vanguardia literaria –y me refiero al Stéphane Mallarmé de la página y el verso blancos– se explicita en las piezas que abren o cierran la muestra, según el flanco por el que emprenda su camino el espectador: El blanco de Mallarmé / Un golpe de dados. Un blanco cisne que es el blanco (tornado la propia diana de su canto), símbolo inapresable de la belleza (cygne que es signe), aparece colocado como nota al pie (mediante un asterisco), como marginalia en una era en que otros sucesivos paradigmas (coma tras coma…) se han entronizado en el arte. Juegos con la palabra y con los signos de puntuación que aureolan; giro de la mirada que resemantiza, ora tomando al pie de la letra ora tensando la cuerda del sentido. Del otro lado de la puerta, la alusión a Un coup de dés jamais n’abolira le hasard, el texto insigne mallarmiano. Sobre el blanco de la pared, puntuándola también, punzando, la suerte de los números que brotan de un manojo de cubos, cuyas caras solo se intuyen al ser invisibles sus bordes. A completar, a intuir, a imaginar es empujado quien vislumbra el tiro (al blanco), quien aguza los sentidos por buscar el golpe de la mano contra la superficie…, mientras la pieza invita a la sinestesia, a despojarse de la enfermedad de hábitos y perspectivas.
También del azar y de la sinestesia dice ser hijo Atlas, libro-arte, libro-objeto, que lleva por páginas los paños que fueron empleados por el autor para limpiar pinceles. Azuzados por el título, repasando las texturas de los colores entremezclados, imaginamos que dibujan paísajes, continentes, villorrios, cuerpos ignotos… y presentimos el instante en que esos restos quedaron fuera del pastel del cuadro. ¿A qué obras habrían pertenecido? ¿Qué silueta no llegaron a engrosar? La marginalia (la tramoya del taller del artista) se reubica aquí en un centro; mas no solo por el gesto el libro encarna en (obra de) arte. Un placer innegable es insuflado por las formas y los matices que se presentan a la contemplación. Y la obsesión del bibliómano se interseca con las tentaciones del coleccionista frente a una pieza que, como el titán griego homónimo, muestra en sus miembros los surcos de una hazaña palpable: Atlas soportando la Tierra, el Atlas de Yornel J. Martínez sustenta (cara oculta, parte sucia del trabajo) y ostenta los residuos del arte como terreno donde se engloban y se sedimentan un ceremil de posibilidades y tendencias estéticas.
En la trayectoria de quien cofundó la revista-blog P-350 y ha intervenido con Exergo[s] poéticos (Artaud, Lezama, Piñera, Michaux, Pessoa, Rimbaud) las marquesinas de varios de los cines habaneros, quien removió en la última Bienal el enclave de la librería Fayad Jamís con sus Lecturas arbitrarias (intercambiando en los estantes los libros dispuestos bajo distintas/¿ajenas? categorías), en quien se autopublicó una serie de Caligramas (Asterisco Ediciones) y codirige un Zine de arte contemporáneo que posó recientemente su colimador sobre la poesía visual en Cuba…, el tránsito hacia la Colección Uróboros (pasando por Atlas y aquel libro-objeto intitulado, cuyas páginas eran las disímiles cubiertas de otros libros) encaja con delicadeza en el todo, como pieza (crucial) del lego que constituye el imaginario de este artista. El nombre resalta otra vez: la sierpe mítica, el ouroboros que se devora por la cola trazando un círculo (y que remite así al eterno retorno, a los ciclos de las marejadas, como al levante y al ocaso); su figura en cierta forma dual, en representaciones que la pintan blanquinegra y nos recuerdan levemente al ying y al yang… dicen, pues, de la naturaleza del corpus (que es también el cuerpo) de alguien que con tanto tino ha sido retratado por el escritor Ricardo Alberto Pérez, para el que Yornel J. Martínez es un ser que se debate entre «la velocidad de la anguila y la meditación del monje».2 El ejercicio editorial, concretado en más de una decena de libros-objeto bifrontes, declara su pretensión de ubicar al lector «ante la búsqueda de nuevos horizontes asociativos»; se apoya en las mutuas «interferencias» de los ejemplares implicados, que han sido extraídos del universo de las librerías y del sistema de todo lo publicado (que arribó a Cuba y que el artista-editor pudo hallar en su trasiego) y nos sorprenden aquí con las idénticas dimensiones que han posibilitado su apareamiento y con las contrastantes asociaciones que dimanan del entrechocar de sus títulos y sus contenidos. A esta «lectura bipolar» o «bilectura», que simboliza a pequeña escala la multiplicidad polisemémica y plurívoca de la biblioteca, al par que apunta a toda escritura como «acto de continuidad», como «posible parodia», nos tientan las manualidades de Yornel J. Martínez.3 El resultado es jocoso o de una suave ironía, cuando nos acercamos a parejas como De qué se alimentan los zombies/Historia de la estética o Qué es la mafia/El océano; y se nutre bien de la imago mundi (con sus consecuencias ideológicas, sociales, culturales…) que rodea a una obra como El capital (opuesto al Nuevo Testamento), o a otras como La historia me absolverá y El príncipe, bien de los títulos resemantizados, si se les toma al pie de la letra, como en el caso de Problemas de contorno/La construcción ética del otro o Nadie es perfecto/Trabajos en los rectificadores cilíndricos, donde la exactitud de ciertas materias científicas recontextualizadas vendría a revelar frases poéticas. El azar concurrente, las horas de búsqueda terca del artista (apilando, cotejando, palpando) reverberan sobre los lomos encontrados y reproducen en un mínimo par (quasi fonológico) las oposiciones mentales y humanamente posibles entre libros, opiniones, caminos, perspectivas… Es llamativo que él asocie explícitamente el Uróboros «al esfuerzo sin sentido y a la negación del desarrollo»,4 como si adivinase el deseo de cualquier crítico de afirmar que esta colección corona y sintetiza sus afanes de autor: tironeado por la imagen y la letra (quien se abriría así a una «evolución»). Las expansiones de ideas dispares, la versatilidad de medios y soportes, lo transdisciplinario, la vocación multifacética de su creador, ciertamente, no permiten tales disecciones evolucionistas.
Si Yornel J. Martínez expresa predilección por Un golpe de dados, y aunque en un oficio como el mío las experiencias editoriales de Atlas y Colección Uróboros tenderían a copar el interés, no dudo en considerar que la principal obra de la muestra, por sus dimensiones concretas y conceptuales, es El sueño de la esposa del pescador (2014). Apropiación de una famosa xilografía del grabador Katsushika Hokusai, el título y los referentes (un octópodo, e incluso, muy alambicadamente, el eros de las letras que imaginamos tipeadas por inocentes mecanógrafas, puestas en el lugar de la buceadora japonesa, rendida al influjo de dieciséis tentáculos) regresan con esta actualización. Si nos demoramos frente a los catorce cuadros de tamaño y disposición irregular, que remedan con su colorido el decorado de aquellas máquinas de escribir destinadas al «bello sexo», veremos flotar, entre sucesivos cambios de zoom que nos acercan y nos la alejan… la danza de apareamiento, la mascarada del molusco. Los marcos como ventanas o troneras o mirillas por las que atisbar la noria de sus mimetizaciones cromatóforas, mediante las que se matrimonia (polígamo) con los contextos en que anida. Las ventosas como letras, los tentáculos como dedos, el continuo desplazamiento (que a veces solo nos regala un fragmento del animal) devolviéndonos a las tarántulas de la mano, como algas agitadas en un fondo marino o ciempiés sobre el marfil y el ébano de algún piano de cola (ensayando su andar dodecafónico). La experiencia de la escritura en tanto ejercicio que pretende involucrar más el cuerpo (su memoria, su gestualidad, sus desplazamientos, sus rituales) que la dominancia del cerebro; y el pulpo con dos tercios del sistema nervioso ubicados en los brazos: una inteligencia distribuida, literalmente, de la cabeza a los pies. Inspirado, de hecho, en esos modos de «percepción descentralizada», el artista ha ideado el montaje de la obra en el espacio expositivo (desde Ram, Rom, Rum hasta hoy, pasando por especulaciones y contriciones alrededor de su posible venta: fuera desmembrado en distintos puntos del mapamundi o fuera reunido aunque disperso por las disímiles habitaciones de un coleccionista, que debería hacer coincidir cada pieza con un objeto que la semejara en color)… La condición autónoma de cada parte, que no obstante tributa al todo, hace posible la diseminación de los cuadros y permite interpretarlos como tentáculos que ciñen, vinculándolas, el resto de las obras de la exposición; a la par, la obra invita a considerar la trascendencia de funcionar como lo que somos: organismos (microclimas) en los que una red de interconexiones propicia cada gesto, coadyuva en cada habilidad. La densidad significativa de la obra se plasma en el líquido (entre amniótico y gelatinoso) por el que parece desplazarse el pulpo; y los arcanos del océano son como nuncios del goce insondable que nos traspasa abocados a la creación.
El continuo trasiego del autor por la filosofía, no solo oriental, desemboca en la serie Figuras (I, II, III, IV, V, VI), la cual dialoga tanto con la pieza escultórica Aquí yace toda la poesía, apropiación del caligrama homónimo de Yornel J. Martínez, como con otros caligramas suyos (El mono gramático, Nominalismo…), donde el propio nombre viene a ser lo representado. Se trata, pues, de seis tipos de imprenta con la abreviatura de figura (fig.), tantas veces empleada en los manuales junto a un número, para ilustrar a los lectores. La parte más abstracta del título, el denominador común que indica que estaremos ante algo ya aludido (cuadro, organigrama, tabla, esquema…) encarna en su concreción, gracias a la materialidad de la letra, si bien no brota todavía del lienzo. Llegados aquí es justo anotar que aunque en arte este artista fluctúa entre lo bi y lo tridimensional, en cambio, sus disquisiciones acerca de la palabra han orbitado hasta ahora alrededor de una literatura de tradición escrita, que comparte la presencia de un soporte material con la pintura. Con Aquí yace toda la poesía, inscripción lapidaria que designa un tipo de imprenta en que Yornel J. Martínez ha colocado todo el alfabeto, el soporte es ya tridimensional y la discusión se enfila hacia los dominios de la lingüística. Como la tipografía (donde lo que se distribuye son letras, números, símbolos y espacios) el lenguaje consiste, estructuralmente, en la articulación (doble en su caso) de un sistema de signos finito con posibilidades quasinfinitas de combinación. Claro que el idioma como medio de comunicación denota y connota, y que el título de la obra habría podido ser también Aquí yace toda la ciencia (aunque para ello debieran incorporarse al tipo los números y otros símbolos); sin embargo, resulta acaso más sugestivo jugar a señalar la tumba de un género con tanta aura como el poético: sugerente por su ambigüedad y proteico en sus interpretaciones, presente en lo literario pero que excede con mucho ese ámbito. La pretensión es irónica y su omnipotencia ridícula, mas no deja de apuntar a la materia que compone, en primera o en última instancia, los versos: letras, letras, letras; un algo que representa a otro algo; convenciones que, si bien se mira, sigue pareciendo increíble que sostengan (como soporte material, como vehículo de trasmisión de una herencia cognoscitiva) toda o mucha de la tradición de nuestra cultura escrita, y tanto más que puedan, gracias a la tríada que componen con el referente y el significado, manifestar no solo asuntos científicos, emotivos, administrativos…, sino incluso codificar mensajes poéticos, como escaleras o rascacielos que expanden los sentidos.
Como un telefonista operando las clavijas, desconectando aquí y reconectando allá…, separando y reuniendo cables de colores (los dedos chamuscados de vez en cuando por la manipulación), Yornel J. Martínez va nutriendo un corpus creativo cuyo hallazgo es más que el vínculo de imagen y palabra. Saliendo de la Biblioteca Nacional como con las cabezas trocadas, después de atravesar asidos de su mano tanto estímulo sensorial y conceptual, absortos aún entre las trampas de su imaginación, puede que nos movamos por algunos segundos con el automatismo de un tentáculo cortado, que todavía vacila al silbido de la libertad. ¿Qué pasaría si entonces apretáramos el paso soltando un chorro de tinta? ¿Qué grafiti hablaría de la huida (a través del mar de la plaza)? ¿Qué vería el autor al palpar esos trazos con la zurda? Decapitarse puede ser un ejercicio saludable en primavera; desmembrarse podría resultar imprescindible para quien busque vibrar como toca(n)do(se) en la penumbra de la primera vez…
1 Biblioteca Nacional José Martí, 22 de enero-22 de febrero de 2016.
2 Ricardo Alberto Pérez: «La libertad de la imagen en Yornel J. Elías» [ archivo del autor].
3 Cfr. Ficha técnica de la obra en exposición o Catálogo: Mi mano derecha no sabe lo que escribe mi mano izquierda. La Habana, 2016.
4 Ibídem.