No es tan blanco como lo pintan

Por Beatriz Gago

Este no es un espacio vacío…

Este no es un espacio vacío…

El cubo blanco, cuya definición fue acuñada por el artista y escritor irlandés Brian O’Doherty en 1976 en una serie de artículos publicados por la revista Art Forum, fue una conquista de la racionalidad dentro de los movimientos artísticos en los albores del siglo XX. Su idoneidad había sido “vista” muchos años atrás, por grupos de acción tales como la Bauhaus, y su estética fue eficazmente adoptada como norma por instituciones prestigiosas(1) desde la década de los 30’s.

El enmarcado blanco del entorno y el emplazamiento del cuadro a la altura de la vista, que predominaron progresivamente, permitieron priorizar la narrativa de la obra de arte y minimizar los discursos paralelos que podrían distraer la atención del espectador, incluyendo los sociales y políticos contenidos en determinados contextos.

Muchos años después(2) de haber conceptualizado este lugar paradigmático, reflexionaría O´Doherty en una entrevista:

“(…) Hemos alcanzado un punto en el que percibimos el espacio antes de ver el arte. […] Lo que nos viene a la mente es un espacio blanco, ideal, que, más que cualquier otra representación, constituye la imagen arquetípica del arte del siglo XX, aclarándose a través de un proceso de fatalidad histórica que suele atribuirse al arte que contiene(…)”

O’Doherty describía el mismo como:

“(…) Sin sombra, blanco, limpio, artificial; el espacio está consagrado a la tecnología de la estética. Las obras de arte se montan, se cuelgan, se dispersan para ser estudiadas. Sus superficies inmaculadas están a salvo del tiempo y de sus vicisitudes. El arte existe en una presentación eterna, y a pesar de que hay numerosos ‘periodos’ (moderno tardío), el tiempo no existe. Dicha eternidad le da a la galería un estatus parecido al del limbo. Uno tiene que haber muerto antes para poder estar ahí(3).”

Sin embargo, casi cien años después de su adopción, y en pleno apogeo de su dominio sobre el espacio artístico. ¿Es aún el cubo blanco la condición ideal que legitima los discursos de las artes visuales contemporáneas?

¿Y qué pasa cuando la obra de arte no es, por más tiempo, un texto constreñido al área de un lienzo y su búsqueda se extiende más allá de un plano bidimensional, hacia el hallazgo de su propia circunstancia?

Un día cualquiera del 2030 (Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, La Habana, 2018) es parte de una serie de investigaciones desarrolladas en los últimos años por el artista Yornel Martínez (Ibídem, 2017, Galería Servando; Statement, 2018, El Apartamento) y que se concentran en el tema del cubo blanco y en la condición de neutralidad asignada a este espacio, así como en su pretendida ideología esteticista.

Yornel alcanzaría una granradicalidad enIbídem, durante la cual emplazó una maqueta ‒réplica impecable de la galería‒ en el centro de la sala, proponiéndola como obra en sí misma.

“(…) Hemos alcanzado un punto en el que percibimos el espacio antes de ver el arte. […]”‒ parecía confirmar el objeto desde su sitial privilegiado.

Statement, en tanto, rompía con la relación pactada entre la obra y el enmarcado blanco del cubo, ya que el artista desarrolló su tesis escribiendo directamente sobre las paredes del recinto y convirtió la parcelación de las salas en un necesario y único “todo” que reunía obras, publicaciones, fuentes de lectura. Intentaba demostrar así que existe una causalidad en la creación, y que cada artista es, en última instancia, una sumatoria de todos las influencias que moldearon su momento histórico.

En el caso de Un día cualquiera…, escogería un pequeño espacio del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales en La Habana, el cual puede considerarse entre las instituciones que más profundamente ha investigado en las últimas décadas el arte joven. El centro es responsable por la promoción de infinidad de artistas emergentes que han encontrado, en sus salas, una oportunidad de experimentar nuevas tendencias dentro de las artes visuales.

Para esta ocasión, Yornel eligió no colocar obras en el emplazamiento otorgado. Se limitó, en cambio, a mostrar las huellas de los actos expositivos que precedieron al suyo propio: donde hubo obras, listones de madera rasguñada, clavos y alcayatas; descorchados y rajaduras retocadas, como cicatrices del pasado; un poco de basura amontonada, agazapada en un rincón, esperando ser removida…

Varios rastros de agua filtrada a través de las grietas del techo de la vieja institución, originaban en los muros una larga estela de humedad entre ocre y verdosa.

La cualidad plástica de los accidentes expuestos resultaba provocadora, desde su maltrecha “blanquitud”, a la vez que convincente como gesto. Un día cualquiera del 2030 accionaba‒desde su propio título‒ los resortes de la duda acerca de un futuro incierto. ¿Es pertinente iniciar el debate como nuestra responsabilidad de hoy o estaremos abriendo, dentro de diez años, la puerta de una habitación (sistema cultural) en ruinas?

El ambiente creado dialogaba, sin rodeos, sobre algunas de las necesidades que debe enfrentar la institución arte en Cuba.

Por ejemplo, dejar de pretender que el vetusto edificio del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, una arteria fundamental del pensamiento artístico en la Isla, no se derrumba poco a poco, día a día.

O comprender de una vez por todas que las instituciones destinadas a exhibir arte en Cuba escasamente pueden ya responder a las demandas que solicita, tanto en formato como en conceptualización, la plástica contemporánea.

…que no estamos a salvo del tiempo y sus vicisitudes…

Especialmente, esta no-exposición se entronizó en la imposibilidad de lograr el aislamiento de los discursos artísticos con respecto a la vida. El arte ‒nos decía este espacio “vacío”‒ existe hoy desde otra condición que ya no es, necesariamente, la del cubo blanco y no debe ser constreñido a un espacio a la vez que elitista, ideológicamente sometido.

———

Me ha llamado una amiga, de paso por Cuba. ¿Viste la exposición de Yornel?‒ dice un poco indignada‒ Me he dado el viaje hasta allí por gusto, es solo otro espacio vacío ¡ya se hizo eso desde los 60’s!

(1). El Museo de Arte Moderno de Nueva York ha sido ampliamente reconocido como el pionero en la institucionalización de esta estética de presentación del arte, aunque los debates y polémicas sobre el tema entre curadores y museos anteceden en el tiempo a su adopción por MoMA.

(2). “Más allá de la ideología del cubo blanco.”Conversación de Brian O’Doherty con Bartomeu Marí ante un auditorio del MACBA (Museu D´Art Contemporani de Barcelona (30/11/2009). En: https://www.macba.cat/uploads/20091202/lecture_7_whitecube_es

(3). Idem